Continuamos, tras la pausa veraniega (bueno, pausa pausa no es: he estado haciendo artículos, presentaciones, investigaciones, desarrollos, programas y alguna que otra incursión en ciberespacio, que hay que seguir labrando el futuro, conociendo personas muy interesantes via Linkedin, Twitter, y desdigitalizándolos {quedando físicamente, vamos}), continuamos con esta serie de conocimientos que hay que publicar, para que no caigan en el olvido.
El tema de hoy, técnicamente es apasionante, pero por razones empresariales, humanas y económicas, es un completo desastre, que es hora de publicar porque parece que se ha ocultado en las brumas del tiempo y se ha de conocer. Como siempre, no publicaré el código, sólo la idea; total, en España las aplicaciones informáticas no se pueden patentar…
El artículo en realidad es un derecho al pataleo y, si alguien alguna vez se topa con un vendedor de humo, ya sabe que no debe perder el tiempo…
Antecedentes:
Año 2003. Yo tenía un contratillo mercantil en la universidad (eso hoy día está prohibido, menos mal) y, por razones políticas, decidieron que dejaba de trabajar con ellos: no soy de estar pelotilleando, ni antes ni ahora. Sé que eso me cierra puertas, pero es que hay cosas que no puedo, lo siento.
– Oye, Alex, ¿qué sabes de Biometría?
– ¿Qué quieres saber?, le respondí.
Aquello fue suficiente, supuso que sabía todo lo que hacía falta y me incluyó en un grupo de personas que estaban diseñando un sistema de pago biométrico, por medio de las huellas dactilares de las manos. Necesitaban a un programador que hiciera realidad sus ideas…
No, no tenía ni papa… Pero sé que «ahí dentro» llevo un algo que se activa cuando estoy investigando, compré un lector de huellas dactilares, me chuté en vena las instrucciones, identifiqué las minucias mediante las cuales se podía identificar únicamente a una persona, desarrollé una aplicación en Visual Basic 6 que gobernaba la librería de enlace dinámico (dll) del lector y podía hacer con ella lo que quisiera. Una vez que detectaba las minucias, las almacenaba de forma cifrada en una base de datos de Access y era capaz de localizar a una persona en un conjunto de 3 millones, en 1.30 segundos. Como prototipo era idóneo.
Aquel resultado fue «orgásmico»: se montó una empresa con 9 personas, se firmaron contratos de confidencialidad (que nunca se volvieron a saber de ellos), fui a París a enseñarle la demo a un personaje que decía tener unos millones de euros para invertir en esta tecnología, un 29 de diciembre (llega a ser el 28 y lo habría identificado claramente como lo que parecía ser, una tomadura de pelo)… fueron pasando los días, uno de los socios ponía pasta para todo y terminó haciendo quebrar su empresa.. Y en 2005 todo se diluyó en nada… Por supuesto, no vi un céntimo, aunque me pagaron el lector biométrico y el viaje a París (siempre lo recordaré como el día que me recorrí los Campos Elíseos trotando porque perdíamos el vuelo).
A finales del 2006 me llama de nuevo el de los servidores, que quieren volver a intentarlo. De los 9 integrantes originales, sólo seríamos 3: un programador (yo), un electrónico y un admin para los servers. Le suelto que por menos de 2000 eurazos no levanto un dedo, y aceptó. Tampoco iría todos los días a la oficina, situada a 80 km de casa. Tuve la suerte de fracturarme el 5º metatarsiano (la fractura de Gasol la llaman) y no moverme en 3 meses, pero estuve desarrollando una «ida de tuerca»: en este caso, utilizaríamos el lector biométrico de las venas PalmSecure de Fujitsu; se le hizo un soporte para que fuese sencillo colocar la mano y que el escáner funcionara sin fallos; se colocaron 10 servidores dedicados para testear el sistema y, por mi parte, superé todas las previsiones iniciales: se generó una base de datos con 600 millones de registros, equivalentes a las lecturas de los flujos sanguíneos de ese número de personas; el lector de Fujitsu sólo era capaz de identificar 1000 patrones, no tengo ni idea de cómo, yo sólo programé con mis conocimientos… y tardaba 0.29 segundos en identificar a una persona. El motor de la base de datos era Firebird, la antigua Interbase de Borland (hoy día, en 2018, Embarcadero), y la aplicación, corría en Visual Basic, aunque desarrollé una versión en Borland C++ que le daba mil vueltas a todo lo conocido.
Ese proyecto también se fue al garete, el dueño de la empresa creía que, aún teniendo algo muy bueno, se lo quitarían de las manos, pero no, las cosas de palacio van despacio, y por más que le dije que desarrolláramos otra serie de productos con los que la empresa aguantara, a los 3 meses de terminar el prototipo se cerró, con deudas milenarias, y aquí paz y después, gloria.
Hubo un tercer intento, pero ya me parecía pitorreo. Fui a ver al tipo y era un guiri (en mi tierra, a los ingleses los llamamos así), que pretendía financiar el tema vendiendo pisos, pero como en 2007 explotó la burbuja inmobiliaria, pronto me libré de ese personaje y todo se fue al cielo de los datos.
Allá por 2009, el de los servidores me dice si tengo el programa del prototipo con el que fui a Paris. Como buen developer, tengo copias hasta en cinta magnética, por si acaso; me pidió que le hiciera una versión con algo que confirmase que tenía el código fuente: le hice una captura de pantalla al periódico local de mi ciudad y se la planté en la página principal, y le mandé el programa de instalación por FTP. Al cabo de unos días me enteré del pastel: el que nos reunió a los 9 en la primera ocasión, le había vendido a un grupo empresarial extranjero la idea de utilizar el lector biométrico como medio de pago (ains, ¿a qué me suena…? Soñaban con desbancar a VISA); por ella, le habían dado 8 millones de euros, con los que se había comprado 2 coches, una casa en Madrid, vivía a todo plan y, por supuesto, la eterna promesa de aportar el código fuente. Por lo visto, cuando le hicieron llegar el programa remasterizado, la cosa pasó de claro a oscuro, y de ahí a la sangre y unas cuantas cosas más irreproducibles aquí. Nunca podría haber aportado ese código fuente porque, aunque se quedó con el prototipo que viajó a París, nunca tuvo en su poder dicho desarrollo.
Este es el problema de las ideas locas llevadas a cabo sin pasta: uno pone su sapiencia, su dedicación, otros los aprovechan, al final a los que la hacen realidad se quedan en traje de Adán… y uno se cansa de hacer el tonto.
Por Alejandro Cortés