El libro electrónico avanza, ocupando espacios de lectura. Todos los años, a estas alturas de la Primavera, vuelve la Feria del Libro, como un rito del eterno retorno.
Todos los años, a estas alturas de la Primavera, vuelve la Feria del Libro, como un rito del eterno retorno. Autores que firman en las casetas de las editoriales, campañas de lanzamiento hábilmente soportadas en premios generosos, ediciones llamativas y precios elevados.
Mientras tanto, día a día, el libro electrónico va avanzando y nos ofrece maravillosas posibilidades de encerrar en un dispositivo de lectura del tamaño de una novela breve, una biblioteca completa. El acceso a miles de títulos es fácil, pudiéndose adquirir en pocos minutos desde cualquier lugar del mundo, a un precio interesante.
Ante este avance ¿cuál es futuro del “libro de papel”? ¿desaparecerá definitivamente, tras los apasionantes cinco siglos y medio que han seguido a la invención de Gutemberg?
Es evidente que estamos ante un avance. Y, como en todos, mantenemos viejos conceptos, revistiéndolos de nuevas tecnologías. La tinta es ahora electrónica, el texto nos aparece “impreso” en pantalla, nos ofrecen el efecto de pasar página al avanzar en la lectura, los e-books nos permiten subrayar el texto y añadirle notas y comentarios, y podemos guardar con fidelidad el punto en que dejamos la lectura, pera retornar a él cuando lo deseemos.
Estas, y otras muchas, son las ventajas de los nuevos libros electrónicos. Pero no son menos las preguntas y las sospechas que nos plantean. La oferta de dispositivos es amplia, con precios que resultan elevados. Las facilidades que ofrecen van incorporándose de forma calculada para provocar el efecto de envejecimiento y la sustitución por “el último modelo”.
En cuanto a los títulos que están a disposición, los derechos digitales presentan aspectos polémicos. En muchos casos no se pueden “prestar”, y en ocasiones, han desaparecido de los dispositivos lectores, ya que sólo se había adquirido una copia local. El editor ha retirado esa copia, eliminando también las notas y subrayados, que eran propiedad del lector.
El acoso que sufre el libro tradicional es evidente. El libro en sus estantes de la biblioteca, puede parecer algo acabado. Pero seguirá siendo –no sabemos cuánto tiempo- un importante elemento de comunicación. La vista, el tacto, el aroma de la tinta y del papel, continuarán deleitándonos.
Y siempre nos quedará el autor, como la persona que en su imaginación abre un mundo de fantasía en el que crea una historia, y que provoca en nosotros, lectores, la inquietud, la pregunta y la sorpresa.
El libro, y su feria, en papel o electrónico, tiene por ello un futuro.
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